miércoles, 5 de febrero de 2014

Trueba y su visión cínica de la amistad

¿Qué ocurre cuando llevas muchas horas sin comer y se te aparece una nevera delante? Que la saqueas y te empachas. Eso es lo que me ha ocurrido a mí con "Cuatro amigos", de David Trueba, el libro que saqué el lunes de la biblioteca y hoy he devuelto allí, dos días después, a su estantería. Llevaba mucho, bastante tiempo sin leer. Leer a placer, claro, porque las lecturas de clase, por mucho que presuman de cederte libertad en la elección del título, siguen siendo obligatorias.

Hace poco tuve que entregar un trabajo sobre la obra de Joan Fuster, a contrarreloj, y mientras leía fragmentos salteados de uno de sus libros pensé: "qué ganas tengo de acabar este trabajo de Joan Fuster para poder leerme algo de Joan Fuster". Contradictorio, ¿eh? Pues así todo, la dura vida universitaria, que no te deja disfrutar de las cosas con tranquilidad.

A lo que iba: "Cuatro amigos" me ha desvirgado este año en cuanto a lecturas. Y es que me he propuesto que febrero ocupe mis ratos muertos cultivándome cuerpo y mente. O sea, que voy a dedicarme a devorar libros e ir al gimnasio. Lo del ejercicio va a tomarse su tiempo, así que, de momento, os voy a contar por qué deberíais leer la novelita de Trueba. Sí, ya sé que sueno a adolescente cegada de amor con su primera experiencia y que hay novelas mil veces mejores, pero es lo que hay. Además, si has leído hasta aquí será por algo.

"Cuatro amigos" me captó en la FNAC el sábado pasado cuando, hojeando posibles víctimas para paliar mi aburrimiento*, me topé de bruces con esta primera página lapidaria:
"Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas. Los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas. De ahí que la amistad aparezca representada por pactos de sangre, lealtades eternas e incluso mitificada como una variante del amor más profunda que el vulgar afecto de las parejas. No debe de ser tan sólido el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de amigos conservados. El padre de Blas solía decirnos que la confianza en los otros era un rasgo del débil (...). En el fondo sonaba más sabio lo que un tirado en una taberna nos gritó un día: 'Yo a mis amigos no les cuento mis penas; que los divierta su puta madre'. La amistad siempre me ha parecido una cerilla que es mejor soplar antes de que te queme los dedos".

Así se hace, amigo. Como advertiréis, el tema principal que aborda la novela es la amistad. En este caso, la de cuatro amigos que se zambullen en sus veintimuchos-casi treinta. Y yo que creía que mi crisis de los casi-veinticuatro era dura... Cada uno de los protagonistas vive un cambio de etapa vital y todos lo hacen, por supuesto, desde su condición de hombres. Con esto quiero decir que se les sale la testosterona por las orejas, así que absténgase princesitas lectoras de publicaciones decentes como la Telva.

Leer a Trueba es, en cierto modo, dialogar con el subconsciente de una misma. Especialmente si tu subconsciente es tan sarcástico y cínico como el mío, te sentirás identificado con muchas cosas sobre las que divaga el narrador, Solo. A bordo de una furgoneta destartalada que apesta a queso y sin nada más que perder que sus propios miedos, esta es una historia loca con trasfondo filosófico que se resume de forma sencilla: los amigos son la familia que eliges, pero pueden llegar a ser tan odiosos como la que no eliges.

Mientras tanto, algo es seguro: te hacen compañía y se lleva mejor eso de nacer, crecer y morir solo.




*Nota: vale, quizás lo que hacía en la FNAC tenía más que ver con esto otro.


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