miércoles, 22 de mayo de 2013

Del miedo a la hoja en blanco y la extinción de la creatividad

"Miedo a la hoja en blanco". Los que estudiamos periodismo -iba a decir- o, en general, los que estudiamos, tenemos que enfrentarnos a ese esfuerzo mental de juntar ideas y verterlas a través de tinta en un papel -soy una romántica, así que la tinta es de boli y no de impresora, ojo- con relativa frecuencia. Todos hemos oído quejas -por no decir que salieron de nuestra boca- sobre lo difícil que es empezar a escribir, pensar y repensar hasta que te decides a plasmar la primera palabra que lo determinará todo. Bueno, eso es quizás demasiado determinista. En fin, que las malditas hojas en blanco nos dan miedo y eso me hizo reflexionar el otro día, especialmente porque me recordó la frase una amiga y a mi me encanta llevar la contraria en lo que sea. Llevar la contraria implica cierto ejercicio mental, porque tienes que encontrar argumentos que desafíen y sean válidos a la vez. Yo también tenía miedo a la hoja en blanco, me estaba enfrentando a una en ese mismo momento, y llevar la contraria me pareció una excusa factible para posponer el enfrentamiento ideas-papel.

Y entonces se me iluminó una bombilla, una bombilla de esas pequeñas y de mucha duración. Un eureka en toda regla. Pensé: "¿Miedo a la hoja en blanco? De lo que habría que tener miedo es de no tener una hoja a mano cuando te sobran ideas". Me acordé de las veces que, yendo en el bus -mi fuente de inspiración por excelencia, junto a la ducha- se me habían ocurrido tramas de bestseller y artículos que ganarían un Pulitzer, pero -pobre de mí- no tenía una libreta en el bolso. Orgullosa de mi aguda observación, lo tuiteé ("No hay que tener miedo a la hoja en blanco. Más miedo da que un día aparezca la idea de tu vida y no tener nada a mano para escribirla", ¿un RT?) y volví a mi hoja en blanco. Porque claro, sería incoherente llevar la contraria haciendo apología de los recursos que tenemos para escribir y no salir pitando a hacerlo.

El caso es que hoy tengo otra hoja en blanco y mi mecanismo mental se ha puesto a darle vueltas al asunto otra vez. He pensado: "¿Miedo a tener buenas ideas y no poder escribirlas? Más miedo da todavía el no tener ideas" (por cierto, se me acaba de ocurrir que da más miedo no saber escribir, pero quedaba un poco absurdo en un país alfabetizado, de momento, y me ha parecido injusto para con quien no ha tenido oportunidad de aprender a escribir). No tener es más aterrador todavía. Y a veces me temo que a mí misma se me sequen las ideas. ¿Por qué hay gente con tantas ideas y yo tengo solo un 10%?

¡Eureka! La bombilla se me ha vuelto a encender. En la libreta que tengo junto al portátil, había escrito mis ideas para un artículo. Y he recordado lo creativa que era de pequeña, en la guardería, cuando me daban unas ceras de colores, o en el colegio, cuando mi profesor de Lengua nos encargaba hacer trabajos de creación literaria y los quería escritos a mano. La clave está en usar las manos (ahora es cuando, en general, te das cuenta de tu edad mental si has tergiversado la frase para darle un doble sentido). Las manos son las herramientas del ser humano, y hoy en día, parece que la herramienta del ser humano es una caja con chips dentro y una pantalla. Sí, acabo de darme cuenta de que en esa descripción caben más cosas que el ordenador, pero eso no hace más que reforzar mi argumento.

Genios como Kurt Cobain o Leonardo dejaron una huella en nuestra historia. Y no solo eso: también montones de cuadernos garabateados con sus ideas, palabras y dibujos. Plasmaciones de sus mundos interiores. Ahora mismo, ¿qué hacemos? Nos sentamos ante la pantalla y tamborileamos sobre las teclas  sin apretar hasta que se nos ocurre qué escribir. Antes hacíamos dibujitos en las esquinas del libro de texto de Naturales, rayábamos la mesa, rompíamos revistas y las pegábamos formando un collage, dibujábamos una casita con un sol y nuestros familiares en plan cubista. Estas cosas aún las podemos encontrar en nuestro "baúl de los recuerdos", que puede no estar ocupando un rincón de la casa, pero sí de la memoria.

Las nuevas generaciones; esos nativos digitales que se dedican a jugar a la Nintendo DS en el patio o a la Xbox después de cenar, esas parejitas jóvenes que se sientan en el MacDonalds y automáticamente sacan el móvil con la misma agilidad de Chuck Norris sacando su pistola para pasarse tecleando toda la cita, esos "estudiantes" que tienen la "suerte" de haber sustituido los libros de texto por libros electrónicos y tienen clases automatizadas y tecnológicamente punteras (y seguro que son el orgullo del AMPA)... todas estas personas, ¿qué huella dejarán en la historia?

Una huella digital, pensaréis. Qué bien suena y qué contradicción, por cierto. Digital viene de dígito, que viene de dedo, que está en la mano. En fin, ¿qué huella será esa? Una docena de blogs escritos en Arial 12 (pero ojo, ¡elegido de entre miles de fuentes y tamaños!) describiendo viajes a ciudades a las que peregrinan millones de turistas al año, diarios de lo que he comido hoy, pensamientos profundos sobre la vida o lo que me parece el nuevo juguetito de Apple, comparado con el de Samsung. Guau, original y creativo. Y, sobre todo, tan tangible como un 0 y un 1 flotando en el ciberespacio.

Dicen que la evolución eliminará el dedo meñique de nuestro pie porque no lo usamos. ¿Correrán la misma suerte nuestras manos? He escrito las seis líneas que han inspirado este post en la libreta, y en la última ya me costaba seguir sujetando el boli. ¿Qué dibujos de Atapuerca contemporáneos estamos dejando a los humanos del futuro? Las manos dan forma a la creatividad. Quizás este sea el problema de nuestros tiempos, y solucionarlo... está en nuestras manos.




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