viernes, 21 de diciembre de 2012

24 horas

24 horas. Suficiente tiempo para radiografiar mi ciudad y descubrir una Valencia en la que todo empieza a ser duro como un hueso. El diagnóstico: se observan ligeras fracturas en la sociedad. Si no se curan a tiempo irán a peor, pudiendo resultar en fracturas graves e incluso en una inmovilidad permanente de sus miembros.

Me trajo un avión de bajo coste que no venía de la isla de Lost, pero llevaba dentro a gente que quizás se sentía igual de desorientada que allí, atrapada en un lapso de espacio y tiempo. Gente erasmus, y también unos cuantos valientes que marcharon a probar suerte y la han encontrado. Decían palabras que suenan extrañas en la tierra patria, no ya para ellos: contrato fijo, buenas condiciones laborales, trabajo, relaciones igualitarias, casarse. Y las acompañaban de una mirada esperanzada que no he encontrado todavía en las caras anónimas que pasean por mis calles.

10 de la noche. Sombras subidas a altos tacones se proyectaban bajo la luz amarillenta de las farolas. Todos los rincones del callejero parecían ocupados por la joven presencia de una misma generación. Una generación perdida, dicen, pero no hasta más adelante, de madrugada. Un jueves cualquiera, el alcohol de siempre. Ropa de última moda. Colas para entrar a los garitos sin pagar, o pagando. La calidez española dentro, el frío mediterráneo fuera.

The morning after. Hace casi cuatro meses que no me despertaba con una luz tan luminosa. Las olivas tienen chicha, el tomate sabe a tomate de verdad y el arroz caldoso se ha cocinado con cariño. Todo sabe mejor en casa.

O no. No para el señor que acude a la ventanilla del coche y te dice, no sin antes disculparse y desear Feliz Navidad, que está casado y con dos hijos pero necesita pedir para comer. No para los habituales manifestantes que gritan en la calle, hoy en Plaza España, porque los van a despedir debido a los recortes. Pocos metros más adelante, entre locales vacíos en venta o en alquiler, una tienda de vestidos de novia. Sus escaparates refulgen con tanta lentejuela, igual que los ojos de aquellas que aspiran a encontrar allí un vestido de disparatado precio que llevarán un día. Igual que los ojos de las que venden un sueño que cada vez parece más una utopía. En la puerta, una octogenaria bajita se resguarda del frío mientras mira a la gente pasar.

Quizás tampoco el hogar es el mejor sitio del mundo para la masa de gente que puebla las grandes vías, que calienta las sillas de los bares, que dibuja esa civilizada línea de cabezas tras la taquilla del cine. Las tiendas abren hasta la hora de cenar. Compremos ropa con tachuelas y adhirámonos a la dureza estética contra los malos tiempos. Aquella generación que anoche salió ha debido de despertarse ya, y vuelve a la carga. Usar y tirar. La ropa. O el día. O el dinero que no han ganado con su trabajo porque no lo encuentran.

Pero esto es tan solo una radiografía, y yo no soy médica como para hacer un diagnóstico fiable.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bé escrius!

Ricardo Miñana dijo...

Hola paisana, un placer pasar por tu bonito espacio,
que el nuevo año te llene de paz y felicidad,
y se cumplan tus deseos.
¡¡Feliz año 2013!!
un abrazo.

imperfecta dijo...

Gràcies, anònim(a), y gracias de nuevo, Ricardo.