miércoles, 7 de noviembre de 2012

La tercera guerra mundial

No sonarán trompetas, aunque supondrá el apocalipsis de una generación. Esa generación que se han empeñado en calificar de "perdida". Esa generación cuya eterna pregunta sin respuesta es y será: "¿por qué nací en esta época?". Más allá de todos los estudios a las espaldas y las capacidades prácticas aprendidas a la luz del flexo, difícilmente encuentra una la luz del faro que ilumine la salida de un mar de dudas metafísicas.

Y entre duda y duda, una certeza: algo acabará pasando. La historia nos ha enseñado ya dos veces que nuestra manera de vivir no es sostenible. El capitalismo exprime los recursos finitos de un planeta que se está ahogando. Un planeta que se ahoga en el glorioso zumo de oro y ostentación de ese uno por ciento que se cree señor y amo de los recursos que, en teoría, corresponden tanto a ellos como al otro 99%.

Una guerra es, cínicamente hablando, la solución a los caprichos de niño malcriado y despilfarrador de la humanidad que conocemos. Las economías se estrellan contra el suelo y saltan en mil pedacitos. Quedan en barbecho, a la espera de que alguien vuelva a cultivarlas. La población se reduce, los recursos no han de repartirse entre tantos. La escasez y el hambre incentivan la creatividad. Quien tiene una ventaja competitiva ayuda a que la tierra vuelva a florecer y consigue recursos. Hasta que, otra vez, se nos olvida que hubo un apagón y que los recursos se agotan. Y vuelta a empezar.

Nuestro planeta, o parte de él, está atrapado en unas estructuras sociales y políticas (ojo, no económicas) que impiden casi totalmente la proliferación de conflictos. El filtro siempre se olvida de los eternos "más desfavorecidos". No vamos a tener una guerra con armas de metal, balas y otras invenciones. La guerra la llevamos dentro. ¿Quién quiere ser un ciudadano cuando puede ser un mercado? Un mercado, ese lugar intangible sobre el que se han construido las bases de toda una ciencia. La ciencia más incierta de todas. La economía. Las finanzas. Hemos construido castillos en el aire.

Y cuando nos demos cuenta de que ese aire no se come, la guerra estallará. Dentro de nosotros mismos.

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