viernes, 7 de octubre de 2011

Volver a las raíces

Hoy, como tantas otras veces, y como las abuelitas, estaba viendo el canal cocina en el sofá. Hacían el primer capítulo de una serie de programas llamado La dieta de las 100 millas (The 100 mile diet) y me ha hecho recordar un tema al que últimamente le doy muchas vueltas... ¿hasta qué extremos tan negativos nos está llevando la globalización?


Para que os hagáis una idea, esta dieta -y no hay que entender dieta como experimento de revista en este caso, sino como estilo de vida en cuanto a nutrición- consiste en alimentarse sólo de productos que hayan sido cultivados o producidos en 100 millas alrededor de donde vives; en pocas palabras, de procedencia autóctona. Las familias que aceptaban el reto debían vaciar sus neveras y, evidentemente sin sorpresa, podían salvar quizás un bote de todos los que antes copaban las estanterías.

¿Qué significa esto? Pues significa que prácticamente todo lo que comemos, y gracias al fenómeno conocido como globalización -todos los mercados están conectados globalmente, y no sólo en el ámbito financiero...-, lo traen de otros lugares. No sólo los productos prefabricados o de sobre, también las verduras o la carne. Ello puede suponer una ventaja económica para el país emisor, que ve incrementadas sus exportaciones y favorecida su balanza comercial y, en consecuencia, el crecimiento de su PIB.



Pero hay algunas desventajas más complicadas de desgranar y con consecuencias nada ventajosas: para transportar estas mercancías al resto del mundo son necesarios elementos de la cadena de producción como un sistema de logística (flotas de camiones, barcos, aviones, etc. con su correspondiente consumo de energía y combustible... y emisiones contaminantes) o de distribución (que genera empleo, pero es una amenaza para los productores autóctonos con precios menos competitivos y menor cantidad de producción), por poner algunos ejemplos.


Consumir los productos autóctonos que propone esta dieta supondría un esfuerzo, ya que no se hallan fácilmente en la tienda de la esquina, y no son tan variados como los que te ofrece una gran superficie. Habría que prescindir de manjares asiáticos o latinoamericanos y volver a nuestras raíces. Pero creo que la idea es muy positiva, ya que se frena un poco la espiral imparable de autodestrucción que genera el consumismo global. Muchos de nuestros abuelos se han criado en el campo y llevaron una dieta parecida: comían lo que había en la zona o lo que producían en sus casas. Así podríamos comprobar, a nuestra manera, eso que dicen... que la comida de antes estaba más buena.

2 comentarios:

James Leer dijo...

totalmente de acuerdo en tu articulo/reflexion.

imperfecta dijo...

Gracias por tu comentario! :)