lunes, 10 de enero de 2011

Obsolescencia programada

Anoche, en la 2 de TVE, me quedé enganchada a Comprar, tirar, comprar de Cosima Dannoritzer. No soy fan de los documentales -si hacéis click en el título, podéis ver el documental entero-, pero la temática de éste era tan cotidiana e interesante que no lo pude evitar. La obsolescencia programada es un hecho que no todos conocemos como tal, sin embargo, todos nos hemos quejado alguna vez de lo rápido que se nos rompe un producto, de lo fácilmente que se estropea y lo poco que dura. Y, por supuesto, todos somos conscientes de la cantidad de vertederos y puntos de vertido de basuras que hay en el mundo, y que a día de hoy es una lacra para la biodiversidad y un monstruo para verdaderas joyas de la naturaleza (sin olvidar el espacio, recipiente lejano en el que también se expulsa gran cantidad de residuos que los humanos no sabemos dónde meter...).

Pues bien, pasemos a hablar de qué va todo esto. ¿Qué ocurriría si los productos que compramos durasen -por no decir toda la vida- una media de 20-30 años? Por un lado, estaríamos más satisfechos, nuestro dinero estaría bien invertido en un objeto o servicio que cubre nuestras necesidades de forma eficiente. Por otro lado, una vez todos los hogares contaran con esos productos de larga duración, la industria que los fabrica ya no tendría con qué lucrarse y, dado que el objetivo de las empresas es el beneficio, se iría a pique. La consecuencia de que una industria se hunda, lo hemos visto, es el paro. Y si no hay trabajo, no hay salario, y si no hay salario, no se puede consumir. Y si no hay consumo, la economía no crece. Es como el perro que se muerde la cola.

Mi madre, que estaba viendo la tele conmigo, comentó que en su casa, cuando era pequeña, tenían unas bombillas que nunca se fundían, que llevaban allí puestas desde que se construyó la casa. Y en el documental, como escuchando a mi madre, apareció un señor mostrando su pequeña nevera, adquirida en una Alemania en la que todavía se alzaba el muro de Berlín: la nevera tenía más años que yo y funcionaba, según este hombre, correctamente. Ni siquiera le había tenido que cambiar la bombilla. Lo mismo ocurría con diferentes inventos, como las medias de nylon increíblemente resistentes, que fueron diseñados para durar.

Los ingenieros que investigaban para conseguir tan buenos resultados, se vieron obligados a crear tejidos y materiales menos resistentes, que pasado un tiempo no sirvieran -¿y la ética?, ¿y el valor de su trabajo por haber llegado tan lejos?- e hicieran a los consumidores tener que tirar los antiguos y comprar unos nuevos. Al mismo tiempo, nació lo que conocemos como la moda, el querer tener siempre el último producto que sale, la tendencia más novedosa y más bonita sin importar su utilidad ni el ciclo de vida que tendrá. Como curiosidad controvertida y que da nombre a esta entrada, me enteré de la existencia de chips diseñados para inutilizar productos electrónicos -véase una impresora- una vez éstos han alcanzado un número de usos o una edad. Indignante, ¿no? Pues de eso va la obsolescencia programada.

Es decir, que comenzó el consumismo en su vertiente más desdeñable e imparable: comprar, usar y tirar. Pero ¿a dónde va todo lo que tiramos? No todo se recicla, o es posible reciclarlo. Los residuos se acumulan en un planeta cada vez más ahogado por las emisiones contaminantes de los coches, de esas mismas fábricas que producen objetos de corta vida, etc. Al ritmo que vamos, o las políticas medioambientales empiezan a calar en las empresas y la población se conciencia sobre reciclar y llevar formas de vida menos contaminantes o... lo veo negro.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Conocía el documental, y es cierto, la maquinaria económica está tan mal diseñada que si no se estropean los absurdos aparatos que compramos todo se paraliza. Nace, trabaja, consume y muere.

imperfecta dijo...

La cruda realidad; al menos, al verlo en televisión la gente se está enterando de hacia dónde va a parar todo esto.