sábado, 21 de enero de 2012

Extremos

Como decía Aristóteles, la virtud se encuentra en el punto medio entre dos extremos.
En estos días de aglomeraciones mentales y de más tránsito de pensamientos que nunca en mi cabecita (estamos de exámenes, y por si fuera poco mis vecinas de arriba andan con tacones de un lado para otro) estoy reflexionando sobre algunas cosas, y una de ellas, siempre concurrente, es la economía.


Le respondía en un tuit (que ha debido de caer en el vacío haciendo un eco estruendoso) a Jesús Encinar hoy, sobre el libre mercado, que éste es un modelo económico ideal y utópico. El neoliberalismo o los seguidores de Milton Friedman están convencidos de que el mercado, dirigido por la mano invisible de Adam Smith, es capaz de funcionar correctamente si se deja actuar libremente a la oferta y la demanda: los recursos se asignan eficientemente y el esfuerzo se ve recompensado.

Sin embargo, y como tuve que aprender a la fuerza (empollando artículos escritos por economistas keynesianos y neoliberales durante un caluroso verano para poder aprobar la recuperación de Política Económica) el libre mercado tiene fallos de funcionamiento inherentes a la propia naturaleza del ser humano, que no es racional sino que responde a impulsos y se deja llevar por la incertidumbre. Se resumen en estos puntos:
  • Fallos en el ámbito de la eficiencia: existe competencia imperfecta (monopolios, oligopolios, competencia monopolística...)
  • Fallos en el ámbito de la distribución de la renta y la riqueza (externalidades negativas, reparto injusto de bienes, desigualdades sociales)
  • Fallos en el ámbito macroeconómico (los ciclos de la economía se suceden inevitablemente con altibajos y ello genera inflación y desempleo)
Por ello precisamente es necesaria una intervención del Estado, que regule determinados sectores de la economía nacional para velar por que se mantenga un Estado del bienestar que garantice a los ciudadanos una estabilidad y un acceso equitativo a los recursos públicos y privados. Es lo que se denomina un sistema de economía mixto, con elementos de un sistema capitalista (los que dejan que el mercado funcione libremente) y de un sistema, digamos, comunista (en el que la economía está totalmente planificada por el Estado).


Con esto me remito a la tesis de Aristóteles, los extremos no suelen ser buenos, ni unos ni otros: ni el capitalismo desenfrenado (hacia el que tendemos, paradójicamente, en un punto del ciclo económico que debería ser natural pero estamos hundiendo de forma artificial con políticas neoliberales) ni el comunismo (que con la caída de la URSS se ha dado ya por fracasado como modelo económico, aunque políticamente sigue todavía vivo en algún país y sobre todo, en las ideas de muchas personas). Hay que buscar siempre el punto medio, ahí es dónde se encuentra el equilibrio.

2 comentarios:

hippie pirata dijo...

En realidad el fallo del que hablas sobre el ser humano, viene a través de la tendencia estatal por regular el liberalismo, de manera que, por "interés estratégico", legisla en favor de las grandes corporaciones.
Cualquier sistema es bueno siempre que se siga al pie de la letra, desde el liberal hasta el marxista; lo que nunca debe hacerse es prostituirlo con apaños para beneficiar un sector determinado, siempre el mismo.

imperfecta dijo...

Hola Pau:

Muy interesante tu posición, pero es un poco como el dilema de la gallina y el huevo, no? Qué va antes, estas tendencias estatales o la mentalidad del ser humano? Precisamente estos apaños por intentar "favorecer" los intereses propios son los que dirigen la intervención del estado. Y es muy dificil que todo el mundo se ponga de acuerdo en hacer las cosas de la misma manera.

Yo creo que no hay sistemas buenos o malos, pero precisamente el hecho de que el ser humano no es perfecto ni racional hace que los veamos como buenos o malos.