jueves, 16 de febrero de 2012

El placer de leer

Todavía no he acabado de leérmelo. Acudo cada noche, con el corazón encogido y un certero desconcierto, a leer lo que les ocurrirá a los protagonistas en un mundo de fantasía. En él se mezclan la realidad y la ficción, si es que cabe alguna realidad en un libro de ficción... pero, ciertamente, a veces nuestra propia realidad se torna en ficción, así que ¿por qué no?

Todavía no he acabado de leérmelo y no sé si tengo ganas de acabarlo. ¿Qué ocurre cuando se acaba una historia? Ya no hay más páginas con misterios por descubrir, el círculo se cierra, no hay vuelta atrás. Sin embargo, tampoco quiero olvidarlo en la mesilla de noche e imaginar veinte posibles desenlaces. La trama me atrapa y me engancha como el humo del opio a un vietnamita de los que deambulaban por las páginas de El americano impasible, de Graham Greene.

No diré qué libro es, ni siquiera el autor, porque no es lo importante. Lo importante es leer. Durante meses no he abierto un libro (y los que te "dejan elegir" de entre una selección para trabajos de la universidad no cuentan) y ahora, como a un pájaro que ha pasado enjaulado demasiado tiempo, me cuesta un poco abrir las alas y recuperar la práctica. Quiero despegar, que mi imaginación vuele libre, pero mi propia impaciencia me impide saborear cada vista, cada paisaje, cada corriente de aire.



Leer le da a uno alas. Ya lo descubrió la población rural de la España del s. XVII cuando leía descabelladas historias en lo que se llamaban relaciones (algo así como pequeñas crónicas). Aquellas personas vivían de una forma muy local y probablemente jamás en su vida viajarían más allá de unos kilómetros de su hogar. Su movilidad física era casi nula. Pero no su movilidad psíquica, su capacidad de vivir otras vidas dentro de la suya propia a través de la imaginación de otros.

En un mundo global como el nuestro, está al alcance de nuestra mano viajar hasta la otra punta del mundo y vivir experiencias de todo tipo en poco tiempo. Pero nunca será tan fácil como meternos en la cama, abrir un libro y deslizarnos por sus letras hasta la otra punta del universo.

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